domingo, 9 de octubre de 2011

¿Qué hacéis aquí? ¿Qué habéis venido a buscar? ¿Qué tenéis en común todos vosotros?


No sé si recordáis estas tres preguntas con las que Mariano abrió alguno de los cursos de interpretación a los que tuve la suerte de asistir. Ni idea, respondía uno, yo quiero actuar, decía el lanzado, y yo conocer a gente, respondía el tímido. No… concluía Mariano, nada de eso, vosotros estáis aquí porque os falta algo, un tornillo seguramente, o quizá vengáis porque no os basta con la realidad que vivís todos los días, no es suficiente para vosotros salir de casa, coger el autobús o comprar el pan. Necesitáis una segunda capa que complete, adorne o transforme vuestra cotidianeidad, por eso y sólo por eso os habéis apuntado a clases de teatro.
Claro que, a partir de ahora, tenéis que saber que seguramente todo lo que yo diga… es mentira.
            Así empezó todo.
Sé que entre los que estáis organizando este homenaje a la memoria de Mariano, sois muchos los que lo conocías muy bien personalmente y que añoráis su persona, sé que hay otros que aprendieron con él el oficio y que lo admiráis como maestro, como profesor de teatro. Cada uno de nosotros tiene algo que agradecerle. Lo que a mí me gustaría en estas líneas es destacar su labor como docente, como pedagogo y comunicador. Yo solo fui alumna, a secas, no alumna de teatro, porque  para mí lo de menos era el Decálogo, la construcción del personaje o el desarrollo del conflicto. Para mí lo más valioso fue su capacidad para despertar mi curiosidad, para transmitirme la emoción del conocimiento, y para abrirme una puerta a ese otro lado al que viajábamos en sus clases.
Mariano enseñaba desde la emoción, esa era su herramienta de trabajo, el instrumento que utilizaba para llevarnos a su terreno, el del espíritu crítico, el de la apertura a toda expresión artística… Aún recuerdo su manera de contarnos lo que había experimentado ante un cuadro cubista que solo podía entenderse en movimiento… aún recuerdo cómo nos provocaba para hacernos discutir, para remover nuestras ideas, para hacernos estar siempre de paso y no estancarnos en una sola forma de pensar.
El último año que nos dio clase nos pasamos las tardes descubriendo la vanguardia española, leyendo a Bergamín y su damita de la media almendra. Y después nos ponía en pie y convertía la sala, un espacio a priori frío y estático, en un atiborrado taller de pintor, cálido y bullicioso, que bajo sus indicaciones se llenaba de botes de pintura, de pinceles y paletas entre los que debíamos caminar con patas de gato, delicada y cuidadosamente, para no derramar la pintura ni dejar huellas felinas a nuestro alrededor. Era magia en movimiento.
En aquella sala imaginamos mil vidas, mil acciones, tomábamos desayunos, caminamos con paso de gigante, pasábamos del frío espantoso al calor abrasador al ritmo de su tono de voz.
Yo solo fui un gato más en esa clase, caminando entre sus palabras como camino ahora entre sus recuerdos para tratar de rellenar huecos, para reconstruir cada vivencia  y que su falta, que siempre escuece, sirva ahora para dejar constancia de todas las sonrisas, de todo el movimiento, de todo el despertar que provocó, que provoca y provocará su presencia.



ESTER MURADÁS

3 comentarios:

  1. Tengo que decir que es precioso, que lo has definido maravillosamente bien. Muchas gracias.

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  2. Me encanta com has descrito las clases con Mariano.
    Deseo que estas palabras, formen parte del homenaje.

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  3. Muchas gracias por vuestros comentarios. Mardolo, si tú o cualquiera de los que vais a organizar el homenaje quiere utilizar de alguna manera el texto, adelante, estaría encantada. Besos y ánimo.

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